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martes, 25 de enero de 2011

El Jigoku y el Dante

Quizás al final los infiernos cristianos y budistas tengan más en común que de distinto. La múltiplicidad de tormentos, las flamas omnipresentes, el río que separa al otro mundo del nuestro. Incluso si en el budismo el infierno no es el destino último sino una etapa más de reencarnación, el hecho es que para reencarnar en él no se vuelve a nacer, sino que se queda marcado por la última vida terrenal como si fuera la única. Todo individuo sigue reteniendo su mismo rostro e identidad presente, los viejos siguen siendo viejos, las mujeres siguen siendo mujeres, los niños siguen siendo niños, y hay castigos que se rijen más por esta identidad que por la vida del condenado. Por morir niño, pasarás los siglos apilando piedritas junto al río infernal, atormentado por demonios. Por morir mujer, por menstruar, caerás en el pozo de sangre. Todo esto es sintomático de que el jigoku la debe más al budismo popular que a la doctrina filosófica que se ha hecho tan popular en la posmodernidad. Surge junto con el oscurantismo y junto la iglesia para vender la salvación en cómodas cuotas al pueblo que no le interesa en lo más mínimo la esencia última del ser. Surge junto con dioses con nombres claros y específicos, con los santos cuyos nombres basta invocar para atener la salvación.
Por otra parte, todo infierno es perfectamente ordenado y organizado. Sea en nueve círculos divididos en fosos o dieciocho secciones divididas en fuego y hielo, las jerarquías y estructuras están siempre claras en teoría, por desesperantes y caóticas que parezcan en los cuadors o en nuestras pesadillas más reales. Y es que el infierno está gobernado en última instancia siempre por jueces que responden a la Providencia. En oriente, son diez jueces con autoridad oficial y méritos propios, pero cuyo poder y proverbial crueldad los vuelve enemigos. Incluso si son avatares de la justicia, se convierten en enemigos de la humanidad y por ende de sus defensores, de los mismos seres que defienden el sentido del universo y la justicia. ¿Quién rije el infierno cristiano? Dante nombra a Minos como juez infernal, un personaje monstruoso con una gran cola. Los condenados son manipulados por harpías, gigantes y, por supuesto, demonios. En última instancia, el castigo máximo también involucra a Satanás como ejecutor. Los enemigos del dios se convierten en instrumentos de su propia justicia, justamente por ser también enemigos de la humanidad. Ahí ya solo falta un pasa hacia lo miltoniano. El hecho es que los demonios en el infierno adquieren siempre un status particularmente paradójico.

El infierno occidental es racional también por el afán renacentista del Dante, que a todo le encuentra razón y sentido, que ve en el ejercer su razón la voluntad de su dios. Le debemos a este hombre varias líneas de descripción poética de horrores arquetípicos. Por otra parte, creo que la obra como un todo está repleta de vendettas italianas muy personales, mientras no hay casi menciones de otros países en la época o la historia, por lo que muchos de sus momentos resultan claramente obsoletos.


Personajes fustigados por carceleros con cabezas de toro o de caballo huían en desorden en medio de las llamas y del humo sofocante; la mujer a quien le arrancaba la cabellera con el sasumata podría ser una kamunagi; en el hombre que tenía atravesado el pecho por un tehoko y se precipita cabeza abajo como un murciélago, se reconocería a un joven funcionario del gobierno; además los había que eran azotados con látigos de hierro o aplastados por enormes piedras; algunos eran picoteados por extrañas aves de rapiña y otros mordidos por dragones venenosos... Se hallaba tanta variedad en las formas de castigo como en las clases de condenados allí registradas...
Ryunosuke Akutagawa, El biombo del infierno

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