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viernes, 5 de noviembre de 2010

Congregación fantástica

Hasta ahora no llegué a decir palabra sobre el congreso de literatura fantástica que sucedió el mes pasado. Sólo pude escuchar unas tres mesas, pero la cuestión estaba para comérsela entera. Entre otras cosas, el organizador Elton Honores presentó un libro que parece tener trabajo serio sobre este difícil y postergado tema que es la literatura fantástica en el Perú. Sin embargo, me quedo con la cita que hizo uno de sus comentadores a JRR Tolien: no hay que excusar a la literatura fantástica de ser escapista, pues esa es su principal virtud, en trascender los límites de lo inmediato para pensar en temas más abstractos y complejos.
Al día siguiente tuvimos una revisión muy ilustrativa sobre la ciencia ficción en el Perú por parte de Daniel Salvo, quien partió desde "Lima de aquí a cien años" para acabar más de cien años después, con "Mañana, las ratas" de José B. Adolph. La contraparte la dio Rodolfo Rorato Londero, un invitado brasilero que se centró en las corrientes más actuales de ciencia ficción en su país: el steampunk y la ucronía, el postcyberpunk (¿no era el cyberpunk de por sí ya una cosa post?), y la bastante indefinible ficción "borderline".
Pero no habría que descuidar lo de la noche anterior. Sí, para entonces ya habían hablado Rosita Isaza, sobre el autor colombiando Ricardo Cano Gaviria y el Castillo de Otranto, gemelas vampiro en un juego perverso de intercambio de roles por el cual ya no se sabe quién es la viva y quién la muerta, o si ambas están vivas y muertas al mismo tiempo. Raschid Rabi analizó las adaptaciones al cómic de HP Lovecraft, y Michaela Radulescu sobre la historia del vampiro en el cine. Larga y compleja la historia del vampiro, sin duda, tanto así que los míticos vampiros sumerios apenas se pudieron mencionar de pasada. Lo que alcanzó a cuajar de manera más completa, en cambio, fue la imagen del Nosferatu, el vampiro solitario, un muerto en vida que encarna la desesperación de la tragedia germánica, la oscuridad teutónica de conocer desde siempre la propia destrucción, de vivir, como decían Rilke y mi profesor Renato Sandoval, en constante despedida.

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