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lunes, 19 de octubre de 2009

Voz y sonido

Ahora que leo en voz alta mis sonetos y prosas, siento otra vez esa inquebrantable prosodia tediosa a la cual no hay forma de darle intención alguna en la lectura. Se suponía que la versificación le daba sonoridad al verso, pero con estas máquinas ensambladas de forma progresiva en el silencio sepulcral sucede todo lo contrario. Quizás haya ocasión de una nueva ruptura, recuperar el golpe de lo histriónico mediante lo dialógico.

Sangre de dragón hay que tener
y ácido en los cojones
G.Y. 2004

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