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Después de muchos años de revisión y de buscar la forma de editarme, he vuelto a decidirme por la autoedición. El 4 de julio estará disponib...

viernes, 7 de diciembre de 2007

Antiguas historietas vampíricas

Antes de jamás conocer a Blade, me hice por mi cuenta de la fantasía infantil de un vampiro superhéroe, quizá en parte motivado por Spawn. En ese entonces yo aun creía en el bien, aunque ya me viera atraído por su bordes. Tenía entonces un personaje inmortal que intentaba utilizar sus poderes sobrenaturales para ayudar a la humanidad y lidiar con su sed de sangre. Un dilema fuerte, aunque nada original. El origen de este personaje entonces habría de remontarse a un caso extremo en el que la suya fuera la decisión más moral y necesaria. De paso, lo encoplaría con la época referente a todos los vampiros, la edad media. Finalmente por algún remoto parentesco con McBeth, le puse un nombre escocés, que podría ser cualquier cosa que comenzara con Mac. Fue así que surgió Lord McDafth, en una noche brumosa, desesperado en el fondo de su castillo asediado por bárbaros. Al ver a sus pocos hombres morir sin esperanzas invocó a una bruja de las tinieblas y le vendió su alma a cambio de poder e inmortalidad. ¿Cómo habrían de cobrarle el alma de no morir nunca? Y así salió hecho un demonio delgado y rastrero, con piel como ceniza negra, garras imparables, fauces hambrientas y un par de ojos ardiendo como brazas en su rostro. Aniquiló personalmente a los cientos de bárbaros en cuestión de minutos y bebió lujuriosamente su sangre. Cuando Lord McDafth volvió en sí, sintió el sabor de la sangre repletando su garganta y luego el frío de su cuerpo desnudo en la noche helada. Alrededor suyo tenía los seis hombres que sobrevivieron a la batalla, y les hizo jurar que no dirían nada.
Hasta ahí fue que llegó mi inconclusa historieta escolar. Vaticinaba yo serias complicaciones para sus días venideros, pues no podría evitar el devorar la sangre de sus súbditos y terminaría odiándose a sí mismo. Aunque sus caballeros no osaran alzarle la mano, en algún villano el odio podría más que el miedo y finalmente, en un acto heroico, lo descuartizaría y le prendería fuego. Pero la bruja le había prometido inmortalidad, y esto no podría deshacerse. Siglos después sus huesos calcinados se volverían a alzar, con nada más en ellos que una irrefrenable sed de sangre, que saciaría con el primero que encontrase, viéndose al cabo vivo, desconcertado y asesino en un entorno completamente nuevo que sería quizá la misma década de 1990 desde la que yo lo concebía. Entonces lucharía por adaptarse y hacer el bien en este bizarro contexto contra su propia naturaleza, bebiendo solo sangre de quienes ya fueran asesinos a su vez, pues en las ciudades estos proliferan. En última instancia sería alcanzado por un cazador de vampiros, enceguecido por el odio al demonio, quien en busca de un final disolvería su cuerpo en ácido y lo vertería al mar.
Pero si había renacido una vez, podría hacerlo tantas veces más, y la maldición de la sangre estaría imbuida hasta en la más mínima de sus moléculas que se recompondrían, hallando su camino a través de los océanos, para trepar como una bestia a algún barco que surcara las aguas contaminadas de un futuro remoto, y empezar una vez más. Quizá en este nuevo milenio su cuerpo sería erradicado junto con el agonizante planeta Tierra, pero una vez más se recompondría, flotando a través del infinito negro del espacio exterior hasta penetrar alguna base estelar, desde en la cual finalmente erradicarían hasta su último vestigio con antimateria.
Como dije, nunca vi necesidad de terminar de escribir esta historia antes. La criatura de huesos cenicientos dejó de lado su parte humana y reencarnó también en un par de historias más con el nombre de "The Imp", que nunca logré traducir apropiadamente. Su parte mortal y razonable se vio representada cuando me propuse relatar una Magna y compendiosa historia vampírica.

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