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domingo, 11 de noviembre de 2007

Primer viaje a la manzana

Acabo de volver de mi primera visita a Nueva York. Después de haber visto cualquier otra ciudad moderna, la verdad la altura de los edificios no es tan impresionante como dicen. Sin embargo no es que sean apenas algunas cuadras del centro de la ciudad, sino cuadras de cuadras de edificios enormes que siguen y siguen, y todas las cuadras son igual de cuadradas. Esta sí es una ciudad como tablero de ajedrez, en la que las calles todas llevan números antes que nombres.
El bus del college partió exactamente a las 6:45 de la madrugada, antes que saliera el sol. Por el camino fui dormitando y me desperté una y otra vez al notar que entrábamos a una ciudad, pero no era nuestro destino. Así sucedió cuatro veces.
Finalmente el bus nos dejó en las puertas del museo The Cloisters. Aunque sea un solo edificio, el plural para monasterios se aplica aquí muy apropiadamente. Como museo de arte medieval, está construido a base de piezas que el magnate Rockenfeller importara de decaidos monumentos europeos, para construir la edad media estadounidense. El resultado es un exótico collage donde ninguna columna es igual a la anterior y abundan los rellenos y reconstrucciones. Como el loco Xanatos de Gárgolas, que se compraba un castillo para ponerlo en la punta de su rascacielos, ahí mismo, en Nueva York.
Entre su disímil colección de curiosidades, el museo albergo algunos tomos manuscritos con delectables iluminaciones, y la famosa serie de tapetes que representan la caza del unicornio, una historia que hasta la fecha aun no conocía en su totalidad, pero que de seguro podré aprovechar para nutrir ciertos relatos sobre las contradicciones de la masculinidad. Probablemente la mayor desgracia haya sido que el royo de fotos se me acabó apenas dentro de este museo, comenzando el día.
Tras una breve pero excesiva estadía y un fugaz almuerzo, partimos para el museo metropolitano, bajando por Broadway, la pista chueca de la ciudad que no es ni calle ni avenida, y que estaba cubierta nada menos que de tiendas con nombres en español. Este museo sí, como es debido, es de los que no se pueden ver completos en un solo día, así que por mi parte pasé bastante tiempo entre momias y papiros egipcios, para luego pasar a la sección de arte decorativo del XVIII y acabar por la zona donde estaban las máscaras africanas y oceánicas. Abundancia de formas ondulantes y perturbadoras. Aparte de las piezas arqueológicas, el museo también estaba inhundado de gente, al igual que toda la ciudad. Una masa densa y tremenda como en ninguna otra parte, tan diversa, múltiple y homogenea. Salí del museo con un inglés llamado Andrew a quien no conocía antes pero había estado sentado a mi lado todo el tiempo en el bus. Andrew ya había estado en Nueva York un par de veces antes, admitía que era una ciudad que valía la pena conocer, pero que al fin de cuentas despreciaba bastante. Junto a él nos abrimos paso entre las masas de gente y los precios exorbitantes, Andrew quería sentarse a tomar un café pero terminó comprando un cartón de jugo de naranja en una bodega. Caminamos por muchas cuadras por calles y avenidas numeradas y anónimas, todas cuadradas y todas, todas, con edificios cada vez más altos, hasta detenernos frente a la biblioteca municipal a tomar un descanso junto a sus leones de piedra llamados Paciencia y Fortaleza. De ahí volteamos de regreso a la derecha para llegar a ningún otro lugar que el ombligo del mundo, la ultra electrificada, hiper abultada Times Square, un lugar tan iluminado que la luz en él es la misma las 24 horas del día y las pantallas animadas se mueven a donde quiera que el ojo mire. Y ahí sí, para cruzar la calle, hay que tomar aire y sumergirse entre la corriente masivo del rio de gente, líquido espeso que no tiene burbuja alguna.
Emergiendo del pulso eléctrico y masivo pasamos a Central Park, y de pronto todo se volvió amplio y fresco, aunque en esta época del año los árboles ya estén botando sus últimas hojas muertas. Ver el anochecer tras los masivos edificios de concreto desde una colina de tierra, como ver el mundo desde afuera, y sin embargo estar al centro de todo eso, una ambigua ciudad de contrastes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por la foto; en este momento, en medio de la pesadilla, ha sido gratificante esa imagen, ver ese puente, por el que pase tantas veces sola, en mis caminatas por el Central Park...

Recordar el placer que se encuentra en la desolación.
Eso es lo que debo hacer ahora.