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viernes, 26 de octubre de 2007

La señora Mary Shelley

Acabo de notar que en la post anterior cometí un error fatal. Junto a la portada de la Entrevista con el vampiro, con el nombre de Anne Rice más grande que el título, cité a Mary Shelley como autora de ciertas crónicas vampíricas que expresó opiniones varias sobre su versión cinematográfica. Ya está corregido. ¿Alguien se habrá dado cuenta? Ya que al parecer no muchos, tendré ocasión para volver sobre el caso particular de la señora Shelley. Muerta y enterrada a principios del siglo XIX, nunca llegó a ver filme alguno en su vida. Es de hecho una autora gótica fundamental, aunque su relación con los vampiros es absolutamente nula, y más bien es artífice del primer y más macabro científico loco y su homónima creación: el doctor Victor Frankenstein.
Y si la hubiera visto, ¿a la señora Shelley le habría gustado la película? Probablemente no mucho. La más fiel al original creo que es irónicamente la más tardía, aquella con Kenneth Branagh y Robert de Niro, que nos devuelve una vez más al viaje entre Suiza y el ártico. Sin embargo, esta recoge también un error fuertemente arraigado: el que la criatura fuera un burdo collage de cuerpos previamente humanos. Victor construye la criatura enteramente, no la compone de partes previamente hechas. Si lo vemos saqueando tumbas, es como parte de su minucioso estudio de anatomía. Helo aquí, en el capítulo cuarto:

It was with these feelings that I began the creation of a human being. As the minuteness of the parts formed a great hinderance to my speed, I resolved, contrary to my first intention, to make the being of a gigantic stature; that is to say, about eight feet in height, and proportionably large. .... Pursuing these reflections, I thought, that if I could bestow animation upon lifeless matter, I might in process of time (although I now found it impossible) renew life where death had apparently devoted the body to corruption.
M.S.

¿Cuál sería, pues, la necesidad de hacer un ser de grandes proporciones si el doctor no fuera a crear cada fibra de cada músculo, el interior de cada vena capilar, de cada tubérculo pulmonar? Es cierto que el pasaje es un tanto ambiguo y sugerente por la cantidad de cadáveres que presenta, que el doctor confiesa que adquiría sus materiales en la carnicería... pero las gruesas costuras de todos los filmes no tienen ninguna presencia en la novela original. Es sorprendente como este juicio rápido fue recogido hasta por la importante crítica Rosemary Jackson en su tratado sobre la literatura fantástica.
Ahora bien, el que la película se distancie de la novela, el que probablemente no le habría gustado a la autora, no quiere decir que no me pueda gustar, por ejemplo, a mí. Particularmente el primer par de películas que popularizó al personaje, las del gran Boris Karloff, son las más imprecisas y geniales de todas. He aquí al doctor Henry Frankenstein, un loco de atar, con su desde entonces inseparable compañero, el deforme Igor, su monstruo de cabeza cuadrada y costura gruesa, su máquina que se nutre de la tormenta eléctrica, su trágico final en el molino ardiente, en las afueras del mismo pueblo. Pero más genial aun es la secuela, La novia de Frankenstein (no del doctor, del monstruo), donde Henry se alía con una suerte de alquimista que crea homúnculos, para poder producir un ser aun más perfecto, el cual junto a los dos científicos dementes es finalmente destruido solo por la heróica intervensión del mismo primer monstruo. Es cierto que Shelley mencionaba una segunda criatura, cuya creación el doctor Victor emprendía nada menos que por encargo del primer monstruo, y sabiamente dejaba inconclusa. He aquí pues la reinvención en su máxima expresión.

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